Según
establecía
Michael Porter en alguna conferencia en el año 1990, “Las
batallas futuras por la competitividad se librarán
no solo entre
organizaciones, sino entre naciones”.
La
mejor manera para mantenerse en el terreno de la competitividad
es mantenerse en el camino de la innovación.
En
el nivel nacional, los países deben organizarse mediante la
estructuración de Sistemas Nacionales de Innovación
(SNI),
los cuales se definen como una serie de instituciones cuya
interacción define el desempeño de la innovación
en la red de corporaciones nacionales. En palabras llanas, esto dice
que los países requieren organizarse mediante la agrupación
comprometida de diversos organismos y miembros, que en conjunto deben
emprender y dirigir la actividad innovativa, y derramarla hacia todas
las organizaciones en todos los sectores. Los SNI
sirven como vehículo para el aprendizaje de las sociedades y
estimulan la trasformación de las economías,
impulsándolas hacia un estado renovado de uso intensivo de
tecnología y desarrollo basado en conocimiento.
La
premisa central de este concepto establece que la innovación
es el elemento central de la competitividad, mientras que la fuerza
impulsora de la innovación es el conocimiento (el recurso más
crítico
en nuestra economía moderna).
No
existe consenso en cuanto a la definición de “innovación”,
pero se puede pensar de este término como la creación y
aplicación de conocimiento nuevo para el beneficio de los
sistemas productivos, administrativos, de diseño y desarrollo
de productos y servicios actualizados, cuyas características
se encuentran alineadas con la responsabilidad social y del
medioambiente.
Al
conocimiento
le podemos definir como “información y creencias válidas
y justificadas mediante procedimientos científicos”, y su
uso no debe monopolizarse entre aquellas firmas y organizaciones más
aptas para la investigación, que tradicionalmente han sido las
más poderosas y con mayores recursos económicos. La
trasferencia de conocimiento debe conceptualizarse como el flujo
sanguíneo para toda sociedad moderna y para sus sistemas
productivos y organizacionales. Esto se debe a que su difusión
es requerida para promover la creación de conocimiento fresco,
el cual cobra vida del anterior y dará posteriormente
existencia a otro tanto más nuevo.
El
conocimiento siempre ha sido el núcleo del crecimiento
económico, y con la explosión de las tecnologías
de información y comunicaciones, hoy se ha puesto a
disposición de todos (y de manera muy accesible) una inmensa
cantidad de datos e información que soportan el aprendizaje
constante de millones de seres humanos y organizaciones. Pero al
mismo tiempo, estas mismas tecnologías han provocado que
ciertas habilidades y competencias anteriormente valuadas en los
recursos humanos se hayan vuelto obsoletas.
Por
ello, lo que garantiza la permanencia exitosa en la arena competitiva
actual es la capacidad de rápido aprendizaje y adaptación
al cambio acelerado.
Aquellas especies que mejor se adapten a las condiciones de la vida (al
cambio) serán
las más
aptas para sobrevivir y reproducirse (no prevalece el más
fuerte, sino el más
adaptable).
En
los estudios teóricos futuristas y entre los historiadores de
la tecnología, se define el concepto de “cambio
acelerado” como el
incremento en la velocidad de cambio tecnológico, social y
cultural a través de la historia de la humanidad. Y se afirma
que de hoy en adelante éste
no experimentará desaceleración
alguna, sino por el contrario, incrementará su paso así
como la profundidad de las modificaciones que provoque en los
sistemas en general.
Esta
teoría sugiere que los periodos entre grandes cambios en la
humanidad se hacen más cortos conforme nos adentramos en
nuestro futuro.
Se
menciona mucho el término “creación
destructiva” para
enmarcar la erradicación de antiguas y tradicionales formas de
pensar, la cuales normalmente mantienen al ser humano sometido a
ciertas restricciones culturales que pueden cobrar vida como
obstáculos
para el aprendizaje efectivo.
DVM/ Frausto
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